18deJuniode2025
Por Agustina Azcoaga
Agrofy News
En la Criolla, Entre Ríos, Walter Silva Müller continúa con la tradición familiar en la citricultura desde su vivero “Oro Verde” y su quinta “La Rubia”. Nieto de inmigrantes alemanes, su abuelo Francisco Müller adquirió tierras en La Criolla, donde inicialmente cultivaron viñedos y olivos. “Conservo todavía algunos toneles de esos viñedos”, recordó el productor.
Walter Silva Müller: el legado citrícola en La Criolla- Concordia, Entre Ríos
Aunque sus padres se alejaron de la actividad, Walter estudió agronomía en Oro Verde (Paraná) y en 2008 decidió reactivar la producción familiar. “Empezamos de cero. Teníamos la tierra pero a la plantación la renovamos e hicimos todo nuevo”, afirmó.
En 2011, la normativa del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA) que prohibió la producción de plantas cítricas a cielo abierto, lo impulsó a construir uno bajo cubierta, lo que marcó un hito: “Fue uno de los primeros viveros de cítricos y sirvió de escuela para muchos”, afirmó Müller. Hoy, la zona produce alrededor de 2 millones de plantas por año.
Variedades adaptadas al clima: producción estratégica en La Criolla
El clima de Concordia, con inviernos fríos y entre cinco y siete heladas meteorológicas anuales, condiciona la elección de variedades. Walter se enfoca en cítricos de maduración temprana como la naranja Salustiana, que se consume fresca y también se exporta. Para diversificar, incorporó mandarina Murcott, más tardía, plantada en zonas elevadas para evitar daños por heladas. “Diseñamos la quinta con distintas variedades para no perder todo con un evento climático”, explicó Walter. Aun así, el año pasado una helada afectó la Murcott, aunque la Salustiana rindió bien, con casi 400 bins (medida de referencia en la citricultura).
En términos de producción, Walter suele obtener alrededor de 300 bins de naranja Salustiana y 50 bins de mandarina Murcott por temporada.
Desafíos en la citricultura
La producción citrícola en Entre Ríos cambió radicalmente. Concordia, que según Müller, supo tener 30.000 hectáreas de cítricos, hoy tiene entre 6.000 y 6.500, mientras que Federación pasó de 5.000 a 32.000. La falta de recambio generacional fue clave en esa caída. “Muchos hijos de productores se dedicaron a otra cosa y las quintas quedaron abandonadas”, explicó.
Actualmente, entre el 70% y 80% de la producción se destina al mercado interno– Buenos Aires, Córdoba y Rosario– y solo entre el 5% y 10% se exporta. Además, las nuevas generaciones de consumidores prefieren frutas sin semillas y fáciles de pelar, como algunas variedades modernas de mandarina, lo que exige una actualización varietal pendiente. “Hoy nadie pregunta por la variedad, preguntan si tiene semilla”, señaló Walter.
En cuanto a los desafíos sanitarios, la producción se enfrenta a enfermedades como el Huanglongbing (HLB), una bacteria destructiva y que mata a las plantas de cítricos. Esta enfermedad ya afecta gravemente a países como Brasil y Estados Unidos, y en Entre Ríos avanza con fuerza en Federación, aunque Concordia aún mantiene la zona libre. Esto se debe, en parte, a la fisonomía de la región, donde hay menos quintas y una mayor diversidad productiva incluyendo pecanes, arándanos y eucaliptos.
Además, existe un programa provincial para monitorear y detectar precozmente la enfermedad, con cuatro monitoreadores permanentes que recorren las hectáreas varias veces al año.
Mercados y economía
La apertura de nuevos mercados es una de las principales demandas del sector. “Países como Chile y Uruguay exportan a Estados Unidos y Japón, mientras que Argentina lo hace a mercados más marginales como Rusia, Filipinas o la Unión Europea, con precios y volúmenes menores”, aseguró el productor.
Desde las asociaciones y federaciones citricolas se insiste en la necesidad de gestiones para abrir esos mercados para cítricos dulces, mandarinas y naranjas, lo que representaría una gran oportunidad para el crecimiento del sector. Mientras tanto, la competencia regional con países como Uruguay, Chile y Perú, que ya cuentan con esos mercados, es cada vez mayor.
La situación económica nacional también pesa. Cuando baja el consumo interno, se resiente la venta de cítricos, considerados un “un lujo” frente a productos básicos. “Si en Buenos Aires la gente no tiene para comprar un postre, en este caso el cítrico, la actividad sufre”, explicó el productor.
Por otro lado, el tipo de cambio actual genera un equilibrio difícil: si bien abarata insumos importados, no mejora los ingresos por exportaciones. “Una caja vale los mismos 20 dólares que hace 20 años. Hoy, con los costos argentinos de cosecha, empaque, flete e impuestos, muchas veces no se logran cubrir los gastos”, advirtió Walter. A esto se suman los altos costos de logística interna: “Transportar desde Concordia al puerto de Buenos Aires puede costar lo mismo que desde Buenos Aires a Europa”, admitió Müller.
A pesar de estos desafíos, existe optimismo en el sector. La llegada de créditos para maquinarias e inversiones en infraestructura, que hasta hace poco eran impensables por las altas tasas de interés, está permitiendo implementar tecnologías que mejoran la eficiencia y productividad. Un ejemplo es la instalación de paneles solares para reducir el alto costo de la energía en las quintas.
Una pasión que se transmite por generaciones
Pese a las dificultades, el arraigo con la tierra y la tradición familiar son motores que sostienen la vocación citrícola. “Esto viene de familia, de corazón. Aunque no sea lo más rentable, uno no se va”, afirmó Walter. Para él, producir cítricos es una forma de proyectarse: “No me veo jubilado sin hacer nada. Quiero seguir trabajando y que mis hijos continúen este legado. El abuelo compró esta tierra e hizo el esfuerzo. Nosotros solo la tenemos prestada y hay que cuidarla para dejarla a nuestros nietos”, concluyó.
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