Cuando los agricultores escuchan las informaciones oficiales que hablan de un descenso de la delincuencia tienen claro que eso no va con ellos. La estadística oficial siempre informa, desde hace décadas, de un descenso de los hechos delictivos, incluso en el medio rural; pero si eso fuera así, a estas alturas ya no ocurriría nada anómalo, estaríamos en el nivel cero. La única razón que puede fundamentar la posible veracidad de los fríos datos estadísticos es, por lo que se refiere a los robos en el campo, que las víctimas ya no suelen denunciarlos, porque no sirve para nada práctico, sólo para molestarles más a cambio de nada. Porque la realidad es que los robos de cosechas, maquinaria e instalaciones agrícolas van a más y componen un escándalo silencioso.
Ahora han vuelto a renacer con fuerza los robos de cosechas, sobre todo de mandarinas y naranjas. En el primer caso, porque hay pocas y están caras; en el segundo, porque hay mucha fruta en el suelo y ha resurgido la actividad de pequeños comerciantes clandestinos que se ofrecen a comprar esa fruta para revenderla a las industrias de zumos. Automáticamente, un ejército de personas sin mejor ocupación se ha puesto en marcha y deambulan por los pueblos y caminos rurales coches y furgonetas desvencijadas que denotan una carga superior a la que deberían llevar. Son naranjas, y no siempre del suelo. Con la excusa de unas, cargan también las del árbol, conforme han podido comprobar los policías locales de diversas poblaciones cuando han parado a estos vehículos y han inspeccionado su documentación y la carga.
Estos 'almacenes' rudimentarios, que aparecen y desaparecen en temporada en cualquier solar o descampado a las afueras de poblaciones, recogen toda la naranja que les lleven, del suelo o del árbol; lo único que miran es que no este podrida. Ofrecen un euro o 1,20 por cada caja de 19-20 kilos y pagan en negro, con dinero en mano, sin facturas, ni recibos, ni identificación de ninguna clase del vendedor ni del campo de procedencia, que la inmensa mayoría de las veces no es de quien vende, claro.
Al margen de la falta de controles de calidad, sanidad, trazabilidad y fiscalidad, que contrasta con los que se exigen a los agricultores de verdad, el problema no está en que alguien aproveche unos frutos que de otra manera se perderían en el suelo del campo. La cuestión es que esas naranjas, que alguien supone que ya no valen para su dueño, pueden estar pendientes de una peritación de daños por parte de Agroseguro, y si desaparecen ya no hay constancia de ello. Luego sí que valen, y las del árbol más aún.
Por gusto personal, y quizás por una deformación profesional que ya...
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