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03.07.2017       346
Carta abierta al señor presidente
Señor Presidente; le escribo movido por dos sentimientos que parecieran antagónicos, pero que en realidad se originan en el mismo propósito: el de procurar alertar sobre un riesgo que, en mi opinión, está corriendo la intención que usted tiene de conducir a la Argentina a un destino de progreso y de justicia, que se construya desde un gobierno de la cosa pública asentado en la honestidad y la verdad, y se conciba como un servicio prestado con sacrificio y humildad.
Asumo que constituye el mío, un acto quizá pretencioso, dada mi condición de simple ciudadano, con el único mérito de haber ejercido con dignidad algunos cargos como magistrado, pero los referidos sentimientos me imponen la necesidad de escribirle.

El primero es la convicción personal, de que su gobierno está inspirado en la determinación de producir efectivamente un cambio, que yo designaría como un retorno. Porque estimo que lo que usted se propone, es recobrar un país que nació por la voluntad del patriotismo y creció como Nación por la acción y la conducta moral de gobernantes, que concretaron esos principios que lo infunden hoy a usted, pero que se derrumbó económicamente en medio de su inmensa riqueza natural y humana, y se envileció en las prácticas de funcionarios y de actores políticos, empresariales y sociales, que confluyeron en un latrocinio vergonzoso e insolente.

La década perdida

Demás está decir que durante algo más de una década, el país ha perdido la condición de una auténtica república, con el avasallamiento de la institucionalidad y la violación ostensible e impúdica de la ley, sometida por la prepotencia de un poder que se creyó omnímodo y perpetuo.

El otro sentimiento que me mueve a escribirle, señor Presidente, es el de pronunciarme en un comentario crítico, próximo al reproche, por algunos errores -según mi opinión- que se han constituido en realidad en torpezas, por lo tanto, sin intención, pero con los consiguientes daños, que no sólo han afectado a los miembros más desamparados de la sociedad, lo que por sí solo está en relación de incoherencia con los propósitos de su gobierno. Pero el peor desenlace, es que ponen en riesgo la propia continuidad de la acción que usted pretende llevar a cabo, sobre todo frente a una contienda electoral que se avecina, en la que es imperioso fortalecer el poder de decisión, a través de una tarea legislativa que se realiza en la medida de las mayorías con que se cuenta.

Torpezas y tarifazos

El aumento del precio de la energía, sin duda imprescindible para dejar de entregar como regalo lo que cuesta mucho dinero producir, y que por eso llevó al gasto de fortunas del erario público, para comprar la energía que no se producía, ha sido realizado sin los cálculos adecuados, necesarios para impedir la zozobra de muchas personas, ante la imposibilidad de pagar, que, con honradez, pero insisto, con torpeza se subsanó posteriormente.

Otra de las torpezas, que quizá sea la más grave, porque ha aquejado a los sectores más desvalidos e indefensos, que conforma un tercio de la población, pero también a la esforzada clase media, es la de no haberlas defendido de la ambición despiadada y brutal, de quienes, excitados por una codicia desenfrenada, son formadores de precios de productos básicos de la canasta familiar, en especial alimentos, que llegan a triplicar el precio que han pagado. Y que cuando caen sus ventas, en lugar de compensar esa caída ajustando sus márgenes de ganancias, se lanzan con más remarcaciones.

Para comprobarlo, basta citar un solo caso de estos abusos, que se producen en realidad en toda la producción primaria: un productor de manzanas del valle del Río Negro, recibe tres pesos por un kilo de manzana, que el consumidor paga en la provincia de Salta, treinta pesos. Y el cajón de manzanas, que sale del empacador con un precio de $200, el verdulero lo paga $600. Es decir que el precio lo han triplicado quienes, además de correr escasos riesgos, sólo se ocupan de la comercialización del producto.

Me pregunto entonces, señor Presidente, no sin asombro y desconcierto, ¿cómo es que desde el Gobierno no se controla tal agresión al bolsillo de quienes se ven así impedidos de adquirir los bienes necesarios para la subsistencia, y algunos forzados a pasar hambre, por la acción despiadada de unos pocos especuladores?

En diciembre de 2015, luego de haber sido usted electo, y antes de asumir su cargo, produjeron un aumento exorbitante de los precios, pero no conforme con ello, volvieron a aumentarlos en cuanta ocasión se les ocurrió durante todo el año siguiente.

Por supuesto que los que, desde el Gobierno, durante más de una década, al par que vaciaban las arcas del Estado para enriquecerse ilegítimamente, empobrecieron a un tercio de la población, seduciéndola con una fiesta de subsidios, con la que convirtieron un pueblo de trabajadores, en una comunidad de menesterosos sin trabajo ni futuro, levantan ahora tribunas a las que hacen subir a sus propias víctimas, para achacar con un descaro y un desparpajo inimitable, todos los males a su Gobierno.

Mi asombro alcanza ribetes de aturdimiento y ofuscación cuando pienso en la capacidad para el engaño y la trampa, con que han dado pruebas suficientes, ante ese mismo pueblo al que han sumido no sólo en la indigencia, para fructificar con ella su poder.

Porque ese indiscutible talento para la falsedad y la estafa, ya se ve redoblado en el inicio de la campaña política, y desconocerlo por parte del Gobierno, nos hace entrar en una gran pesadumbre, ante la alarma de ver nuevamente a nuestra querida patria, en la posibilidad de sufrir otro latrocinio.

Confianza y exigencia

Quienes confiamos en la honestidad y el esfuerzo del Gobierno por encauzar a la república en el camino del progreso para todos, y en la concordia de un pueblo unido, ansiamos la adopción de medidas que lleven de inmediato el bienestar a esa población doliente y desvalida.

Atravesamos un momento de gravedad en el que está en juego el destino de la Nación, y aunque el enemigo no sea otro Estado armado como en una guerra, sino una pobreza tan destructiva como cruel, en manos de los que la produjeron y pretenden consolidarla con la conquista del poder, es preciso en tales circunstancias acudir a los mayores esfuerzos y sacrificios, dedicados a ese grave y perentorio objetivo, poniendo todos los medios disponibles en el estado para eliminarla o al menos mitigarla, haciendo honor a la propuesta de alcanzar algún día el estado de pobreza cero. Y en primer lugar porque no merece el tercio de la población permanecer en la pobreza y menos en la indigencia.

Entiendo, señor Presidente que, en caso contrario, se generarían dudas sobre su liderazgo y el temor por el riesgo del regreso del populismo.

Martín Barba


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